El reloj es el instrumento más común para medir el tiempo de nuestras vidas, aunque también es bastante inexacto, ya que el tiempo es relativo para cada persona, dependiendo del momento, la compañía o lo que se haga con él. Yo tengo 22 años, equivalentes a 11.570.883 minutos. Números que miden nuestras vidas.
“El tiempo y 72 formas de perderlo, o no” es una obra con la que pretendo hacer una llamada a todos sus espectadores, para que no se conformen con lo que se supone que tienen que hacer y así reencontrarse con lo que son como personas, para dejar de medir nuestras vidas en tiempo, con números, y empezar a medirla con nuestro bienestar y crecimiento personal.
La espiral del tiempo cada vez se estrecha más, nos ahoga y nos asfixia sin dejarnos ver más allá del cumplimiento con un horario, llenar nuestras agendas por tanto se convierte en indispensable para no perder ni un solo minuto.
Como el conejo blanco del libro Alicia en el país de las maravillas, el hombre occidental se obsesiona en mirar constantemente las manecillas para llegar a cumplir todas las obligaciones del día, tantas obligaciones como uno se pueda poner encima. “No tener tiempo” es cada vez más común y hasta está bien visto, y dejar tiempo para uno mismo se asocia a la vaguería de no hacer nada.
No nos damos cuenta, pero mirando al reloj dejamos de vivir en el presente y nos centramos sólo en el futuro: cuánto queda para levantarme, llegaré tarde a la uni, cuándo acabará esta clase.
Esas manecillas nos dan la estabilidad y nos hacen sentir bien: si seguimos su dictado sin desviarnos creemos que no perdemos el tiempo. Este sentimiento responde a uno de los eternos miedos del ser humano de no estar aprovechando la vida. Pero ¿realmente lo aprovechamos o simplemente corremos una cortina hecha de planes y obligaciones para simular que lo aprovechamos y no admitir que realmente lo perdemos?
Cuantas veces hemos oído “hoy no me he sentado en todo el día” y esto nos lleva a pensar que esa persona no pierde el tiempo, pero ¿y si está perdiendo la vida?
Vamos de un lado a otro sin pensar, sin reflexionar, acatando nuestras obligaciones pensando que no hay otra forma de vivir. Y si, cuando te sientas, cierras los ojos y respiras... ¿es entonces cuando pierdes el tiempo?. Como la típica madre que regaña a su hijo por no hacer “nada”, te regañas a ti mismo por tener que hacer cosas.
Puede que tengamos que parar y empezar a darnos cuenta de que para ganar tiempo, para ganar vida, hay que empezar a perderlo, porque sino un día miraremos atrás y veremos que el tiempo ha pasado y que tú has cambiado sin saber ni cómo, dándonos cuenta de que lo que realmente has perdido es a ti mismo. Has cambiado drásticamente, como las manecillas del reloj de esta obra, y no te has dado cuenta, y ya no hay marcha atrás.
Entonces podemos decir que la mejor forma de ganar tiempo es en realidad perderlo (desde un punto de vista social) para ganar lo que realmente importa: autoconocimiento, tranquilidad, salud mental, hacer lo que nos apetezca, en definitiva ¡Vivir!.
Y es que al final, el Sombrerero Loco va a tener razón cuando decía “Si conocieras el tiempo tan bien como yo no hablarías de perderlo”.
Carlota Garrigós Serrano 2016